Cambiemos nuestra naturaleza y habitaremos un mundo renovado. Ya se esté reinando majestuosamente en una sala espléndida, o torturado en medio de los fantasmas y cadáveres del pasado, o en comunión con los poderes supremos de la existencia, jamás se da un paso más allá de los límites de la propia circunferencia. Este mundo y todos los mundos por encima de los cielos y por debajo del infierno, no son nunca sino nosotros mismos: esferas, exteriorizadas, de nuestro propio ser; manifestaciones de la todopoderosa Maya creadora que determina nuestra forma de existencia y nos mantiene cautivos de sus encantamientos en los límites de nuestra vida(...)
El hombre es el pequeño creador del mundo; Dios, el grande. Cada uno, rodeado por las imágenes reflejadas por sus propias profundidades, conoce y sufre el autotormento cósmico. Y el poder fatal que los encanta a ambos es siempre la gran diosa Maya, la ilusión, la creadora suprema de todos los mundos(...)
Lo evidente no es nunca sino apariencia; por debajo existe algo oculto, lo real. Y quien se fija únicamente en la apariencia se enredará en ella, antes de darse cuenta. Se encontrará sepultado en un infierno de demonios inexplicables, apresurándose de aquí para allá sin resultado alguno. Y, como un cadáver, el peso de sus omisiones se le subirá a la espalda, le gritará en los oídos, y se burlará de él con su risa fantasmal, abrumándole con sarcasmos por no haber sido capaz de discernir lo real cuando se le ofrecía a la plena luz del día.