El sueño, de un golpe suavísimo, cierra todas las puertas de nuestros sentidos físicos y arrulla a la voluntad consciente - la supervisora de la disciplina de nuestros pensamientos cuando estamos despiertos- para que descanse. Luego, dando un violento tirón,  el espíritu se zafa de los vigorosos brazos de la razón, y cual alado corcel,  desdeña el verdor de la tierra firme para alejarse volando entre el viento y las nubes sin dejar rastro ni huellas que permitan a la ciencia rastrear su vuelo y traernos información sobre el país remoto y misterioso que visitamos por las noches. Cuando regresamos del reino onírico somos incapaces de dar una noticia razonable de lo que hemos encontrado allí. Pero al cruzar esa frontera nos sentimos en nuestro país, como si siempre hubiéramos vivido allí y no hubiéramos hecho jamás una incursión en este mundo diurno, racional.

Helen Keller, El mundo en el que vivo.

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