El desierto me enseñó que hay algo espantoso, para la sensibilidad contemporánea occidental, en el rotundo y sistemático intento de romper o diluir las fronteras del propio ser para abrirse a la libertad indefinida e ilimitable de lo divino y participar de ella. (...) En aquel desierto, Dios no dice: "Ponte cómodo, aquí tienes una manta, una crisálida, un refugio". Dios dice: "Si tu ojo te ofende, arráncalo; si tu mano te ofende, córtala". Insta a doblegar y a quebrar la voluntad, a disciplinar y mortificar la carne, a encarar ciegamente lo deconocido, lo gigantesco, lo aterrador. Ama tu vida y la perderás. Ponla en peligro y, tal  vez avanzarás tambaleándote hasta los cielos: el lugar de la aniquilación y del conocimiento absoluto; el lugar de la belleza y de la dicha. El riesgo es total; no depara placer, ni salud, ni afecto, ni comodidad, y mucho menos seguridad. Sólo la belleza de Dios.

Sara Maitland, Viaje al silencio.

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